jueves, 30 de septiembre de 2010

Una de batallas

Amanece,
se levanta la mañana
fría, pura, helada,
los cañones aún dormidos
la bandera de rocío empapada.

Tocan las cornetas, y los cuernos de batalla,

los soldados se engalanan
y engrasan de las bayonetas las espadas.
Embridan sus monturas,
esperan la batalla,
entregan al correo
cartas para sus amadas.

Llevan en la chaqueta

una rosa blanca,
la pólvora negra
ha manchado sus casacas.

Suena de nuevo aviso,

montan sus bravas jacas
se dirigen a buen trote
al fragor de la batalla.

Tintineo de metal

soniquete de medallas
los soldados se precipitan
ante un muro de lanzas.

El polvo se levanta,

las flores en los ojales se tornan granas
la vida de los valientes
se escurre por los agujeros de bala.

Ruge fuego del cañón

bocanada de muerte cargada
caen algunos derrotados
más otros con furia... cargan.

Metal,
azufre, fuego,
entrechocar de armas,
lamentos, sangre,
quedan quebrados huesos y almas.

Desciende la tarde,

toca retirada
y los hombres malheridos
regresan detrás de sus alambradas.
Y mientras lamen sus heridas
y entierran a sus camaradas
ya no se sienten humanos...
sino bestias apaleadas.

Maldicen su suerte,
rezan para que su Dios perdone sus almas
intentan olvidar que por sus manos
unas cuantas vidas han sido sesgadas.

Amanece,
se levanta la mañana...





Con un novio amante de las batallas (históricamente hablando, por supuesto) es fácil inspirarse. Me ha resultado muy divertido escribir este poema.
Hay que ver, Juan es un Muso del Belicismo para mí :3

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