Este escrito es de hace más de un año. Me acuerdo de esa noche, y eso que mi memoria es malísima. Lo escribí en un bar, sola, a las tantas de la noche bebiendo refrescos (triste pero sí) y yo ya me sentía como un detective enamorado y fracasado de los que salen en el cine escribiéndoles a sus amores platónicos. Un camarero se me quedo mirando extrañado, encima me habían quitado una muela y yo tenía cara de gilipollas dolorida por los puntos... y no supe responderle. Creo que me tomó por una chiflada. En fin, dejo de hablar de mi pateticismo de esa noche y procedo a retransmitir el porqué terminé ahí escribiendo. No esperéis poesía, porque es un conglomerado de ideas que me vinieron a la cabeza esa noche.
Bebía coca-cola aguada, mientras te miraba de reojo.
Con la boca cosida, y el corazón también, el hielo reducía la inflamación de mi encía recientemente desdentada, pero ese refresco comenzaba a calentarse, y mi motor cardíaco a desbocarse, como no.
El dentista hizo tres lazadas en la carne blanda,
y tres mentiras flotaban en el ambiente.
La primera, que no te hubiese visto.
La segunda, que no deseara que te giraras.
La tercera, la esperanza mentirosa e infantil de que me invites a otra coca-cola.
Oía los poemas, bebía azúcar marrón, visualizaba la pantalla luminosa mientras te veía fumar.
Creo que esos alicates estériles se llevaron mi juicio junto a mi muela. Maldito dentista.
Y yo, que me había pintado los labios de rojo, y los ojos de negro, y mi alma resplandecía con tonalidades celestes comienzo a apagarme y a volverme gris con cada una de tus caladas, porque se que te vas a levantar, me vas a mirar y te vas a perder en la noche.
Las palabras resuenan en mis oídos, esto se contagia; voces melosas chocando en mis tímpanos, fracturándome los pensamientos y las emociones de forma indiscriminada.
Pido otro refresco mientras chupo los hielos sabor a limón con los labios que me pinté de rojo, aunque a estas horas solo un matiz rosado brilla sobre la palidez de mi rostro.
Te vuelvo a mirar, fugazmente y con miedo, no dejo de decirme que te vas a ir dentro de un suspiro.
Una chica habla de chicles de menta, y yo me trago un antiinflamatorio para que se desinfle el lugar donde antes había un hueso esmaltado, y de paso también mis ilusiones.
Se cierran los micrófonos, y todo el mundo se levanta. Entre los aplausos me escondo en la barra y comienzo a escribir.
Entonces, unos dedos fuertes tocan mi espalda con suavidad.
Me giro a sabiendas de tu presencia.
No sonríes.
Dos besos fríos, y me duele la encía hinchada cuando tus labios besan mi mejilla.
NO SONRÍES.
Miento miserablemente, "no te había visto", digo, como si tuviese derecho a romper en mitad de tu noche.
Te das la vuelta. Te vas, o huyes, no lo se bien.
Mi coca-cola está recién empezada, y en el momento en que sales por la puerta un hielo me calma el dolor. Y no solo de muelas.
Mala suerte hoy, nena. Tal vez te pintaste los labios demasiado, para protegerte de una sonrisa falsamente adornada. Mala suerte. Mala suerte.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Me ha gustado.
ResponderEliminarPasear solo puede ser genial.
Sonreir por llevar la contraria o "sonreir" y ver como la gente te evita.