Mi lobo era joven,
nervioso y jadeante,
tenÃa patas silenciosas
como buen explorador.
Descubrió mi valle, mis colinas,
con su lengua rosada y fina.
Y en mi cuerpo de loba joven
algo se estremeció.
Mi lobo era fuerte, recio,
con los ojos de tierra
y un aroma penetrante,
mente errante y aullar poderoso.
TenÃa los dientes fuertes, las patas anchas,
el pelaje aspero y el lomo robusto,
rojo como la primera sangre.
Una cicatriz cruzaba su oreja,
yo susurraba entonces allÃ
gemidos de amor.
No vi amaneceres con el.
Tampoco atardeció.
Solo caminamos en una tarde eterna,
hasta que el sol volvió a caer.
Lobo, lobo mio,
te espero en la noche helada
con un manto de estrellas arropandome
y una luna preñada de luz.
Luz muerta, huesuda y frÃa
mostrando el camino
a una cascada blanca y azul.
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